Por Katiuska Blanco
Una vez Fidel recordó que en la estación de Alto Cedro, cuando ya él había abordado el tren donde se disponía a viajar para el Colegio de Belén en la Habana, una muchacha se le acercó y le dijo: “Déjeme verle las manos”. Él se las extendió y ella miró minuciosamente cada línea, luego, en una afirmación contundente, le aseguró: “Va a vivir poco tiempo”. Era una joven delgadita y un poco exótica, parecía una gitana, así la recordaba él. El tren se puso en marcha y ella descendió apresuradamente. Fidel no pudo averiguar nada más sobre aquel infortunado vaticinio y mucho menos acerca de la enigmática persona que le había adivinado la suerte.
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