La diferencia más visible del sistema democrático latinoamericano con respecto al europeo es, fundamentalmente, que las elecciones en nuestro continente se basan en la contraposición de figuras públicas, en lugar de la contraposición de proyectos definidos. Es cierto, la mayoría de estas figuras públicas representan o dicen representar proyectos definidos, pero las campañas electorales se basan más en el carisma propio y en la demonización del candidato adversario. El escenario no es gratuito, por supuesto, los pujantes movimientos de izquierda a menudo deben recurrir al populismo para ganar el apoyo de las desinstruidas masas, y la resistencia más conservadora, luego de perder elecciones durante más de una década, ha terminado por hacer lo mismo. Ahora estoy simplificando una historia que sin lugar a dudas será mucho más compleja, pero pido al lector que siga la idea de estas líneas.
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