«Nuestro destino compartido» según Mike Pence

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Misión Verdad

El vicepresidente zarpó por tercera vez en menos de un año a una nueva gira promocional por América Latina. El tema, la orquesta y los acompañantes, suenan como una repetición, desgastada y aburrida, de la misma cartilla cantada a Venezuela.

Hace ya casi un año de su primer Latin American Tour que lo hizo aterrizar en Cartagena, Colombia, para más tarde realizar el acto inédito de un virrey imperial pisando un Estado fallido latinoamericano por primera vez en la historia contemporánea.

En la frontera, con miles de niños inmigrantes enjaulados y separados de sus padres en centros de deportación, un eufemismo para camuflar lo que es una vulgar cárcel, cruza el Mar Caribe para visitar, «atender» y tocar a los «refugiados venezolanos». Gesto de amabilidad y caridad que, vale destacar, no ha hecho en el propio país donde es gobernante.

Hasta dejó un fondo de 10 millones de dólares en «ayuda humanitaria», un monto con el que no alimentarían ni a la cuarta parte de una inmigración que es inflada permanentemente en su medición. Hay que recordar ese monto, ya que la última vez que aquí se habló de «ayuda humanitaria» y millones de dólares cayendo desde el extranjero, todo concluyó en un conflicto tal a lo interno de la oposición que terminó descabezado Luis Florido.

Resalta enormemente que el «campo de refugiados» que exhibe Pence como prueba tácita y evidente de que más de la mitad de Venezuela está pidiendo sopa en Manaos, Brasil, es en realidad una pequeña casa religiosa con algunos niños dibujando. Las salas de redacción de los medios de comunicación globales, sus directivos, accionistas y consumidores en el extranjero, pedían mucho más, una imagen más «africana» para la portada millonaria del día siguiente.

Vice President Mike Pence @VP
En Manaos, específicamente, recibió críticas por parte del alcalde Arthur Virgílio Neto, quien lo mandó a devolverse a su casa y a no darle clases de caridad, un detalle que dibuja a Estados Unidos en su peor momento político en la región.

Arthur Virgílio Neto

@Arthurvneto

El vicepresidente continuó su gira reuniéndose con Michel Temer, Lenin Moreno y los tres presidentes del Triángulo Norte centroamericano, con quienes se vio en la incómoda situación de hablar lo mismo que el año pasado. Pence no logra seducir y convencer con su innegable carisma y autoridad intangible.

Según The Washington Post, en Ecuador tocó el tema de Julian Assange y se mostró decepcionado de que Ecuador no votará su resolución propuesta en la pasada Asamblea General de la OEA. Mientras, en Guatemala ha tratado el tema migratorio, más que por una preocupación genuina para enviar un mensaje a lo interno de los Estados Unidos de que el Gobierno efectivamente está «controlando» ese flagelo de miles de centroamericanos entrando día a día. Y no sólo eso: a Superman también le quedó tiempo para buscar el cambio político en Venezuela.

Y es que más allá de reafirmar lo evidente de una gira infructuosa, el viaje de ida y vuelta de Pence deja una imagen fantasmagórica, lejana, del poder ilimitado con el que hace pocas décadas contaba el país de las barras y la estrellas.

Pero lo más importante que dijo Pence no corrió por el lenguaje diplomático que suele emplearse en visitas de alto nivel entre jefes de Estado y gobierno. El discurso lo dio frente al Centro de Acogida Santa Catarina, administrado por Cáritas de la Arquidiócesis de Manaos, con el apoyo del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Este centro que sirve «campo de refugiados venezolanos», por su nombre, pareciera tener alguna relación con la religión mormona.

Paréntesis: el mormonismo es una religión que sostiene que en 1830, un granjero de nombre Joseph Smith habló con Dios y Jesucristo, cerca de Nueva York, Estados Unidos, quienes le dijeron lo mismo que todos los dioses: esta es la única religión verdadera y debe conducir los destinos de la humanidad. El movimiento de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días como la de Santa Cristina en Manaos sigue este precepto religioso, en Brasil tiene un peso político importante que va desde el mundo de los negocios hasta varias curules en el Congreso. Lo mismo ocurre con las confesiones evangélicas que están cercanas a Pence. Después de la Segunda Guerra Mundial, mormones y evangelicos estadounidenses viajaron y asentaron sus en los Estados fronterizos de Brasil con Venezuela.

Pence, que no es mormón, sino más bien de una línea evangélica protestante (muy cercana a la secta de Bertucci), aprovechó el momento y el clima de oración. «Las Sagradas Escrituras nos dicen: hacer justicia, amar la bondad. Y en Estados Unidos, hacemos ambas cosas todos los días», expresó.

Mike Pence no ha logrado desde que está en el cargo convencer a los empresarios brasileños, al conjunto de la élite política y, sobre todo, al ejército, de acompañar el asedio estadounidense. Posiblemente el vicepresidente busca apoyarse en el lobby mormón y evangélicos de Brasul para ejercer la presión interna que hace falta para empujar a Brasil a dar el próximo paso.

Pero la corta visita de Pence quedó sintetizada en una frase de ese discurso: «La Biblia nos dice: Donde está el espíritu del Señor, hay libertad. Y realmente sé y creo, conociendo el corazón de la fe de la gente de Venezuela, el corazón de la fe de millones en este nuevo mundo, que esa libertad prevalecerá en Venezuela. Es nuestro destino compartido».

Sin poder agarrarse de una oposición unida e inteligente, o de un apoyo masivo en la región hacia el liderazgo estadounidense, Pence recurre a Dios para justificar no sólo la agenda de presiones contra Venezuela, sino la propia razón de ser de su viaje. El vicepresidente le da un estatus de «cruzada religiosa» al conflicto que Estados Unidos mantiene con Venezuela.

Para el funcionario, la necesidad de derrocar a Maduro va más allá de defender los «valores democráticos», es un imperativo religioso, una exigencia divina que habla a través de la boca de Mike Pence.

Porque el famoso «destino manifiesto» se justifica, también, en una especie de predestinación divina de que los Estados Unidos deben gobernar al mundo a su imagen y semejanza, a nombre de la religión del mercado y del dinero: la síntesis del protestantismo, mormonismo y demás seudónimos.

Con «nuestro destino compartido», Pence hace referencia al eje ordenador de la política exterior estadounidense y de sus fundamentos filosóficos. El «destino manifiesto» que obliga a todas las naciones del globo, sin importar su color de piel, idioma, ubicación geográfica o identidad política y cultural, a aceptar la tutela moral de Estados Unidos. Porque así lo quiso Dios desde el día cero.

Así que ese señalamiento con relación a Venezuela es todo menos inocente. Refleja la pulsión profunda en la élite estadounidense de verse a sí misma como una entidad superior que todos deben adorar. Según Pence, Venezuela es una extensión de Estados Unidos que debe regresar, tarde o temprano, a sus brazos.

Pero ese «destino» que desea compartir Pence con nosotros no es más que la epidemia de opiáceos que hoy azota a Estados Unidos, la de niños asesinándose entre sí en escuelas por la sacrosanta libertad constitucional de la venta de armas como si fueran caramelos, la de la violencia racial y sistémica contra la población pobre, las incontables muertes por obesidad, diabetes y depresión producto de un modelo de sociedad que ensalza la ética del consumo, la de los niños enjaulados y separados de sus padres porque no tuvieron otra opción que emigrar.

Miremos a México como prueba fehaciente de ese destino compartido. No gracias, dijimos el 20 de mayo de 2018.

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