Si a mí me encerraran en un cuarto de tres metros por cinco, con una mesa de uno por uno, un termo de café y me limitaran a hablar solo treinta minutos al día, enloquecería. Si a mí no me dejaran ver más, aunque fuera por última vez a Karla y a Camila, sería mujer muerta.
Pero el hombre, en una celda de tres por cinco, con una mesa de uno por uno y un termo de café es un hombre más que valiente. Perdió a su esposa, a su hermano y recientemente a su nieto. Cuando le propusieron prisión domiciliaria dijo, por lo claro, que su hogar nunca sería una prisión e injustamente está tras las rejas cumpliendo una condena de 12 años y 11 meses.
Por eso cuando Luiz Eduardo Greenghalgh, su abogado, entra a visitarlo no cree que sea posible. No existen pruebas, indicios, no…
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