Revolución alienígena.

Carlos Correa

Pese a atribuir a habitantes extraplanetarios el origen del movimiento social, Cecilia Morel es, por lejos, quien tiene más claro el panorama en el gobierno. Su reflexión sobre el riesgo real para los privilegios de quienes mandan en el país es mucho más sincera que todos los juegos de falsas empatías que han hecho desde el Ejecutivo. Punto aparte será estudiar sobre qué informes vio la primera dama, pues sus teorías conspirativas son muy parecidas a las que esbozó el Presidente en aquella noche triste que declaró la guerra.

Ninguna de las jugadas institucionales que ha hecho el gobierno ha desactivado nada. El estado de emergencia con toque de queda incluido no disminuyó los riesgos de la ciudad, y en algunos casos exacerbó los ánimos. En una operación comunicacional, el ministro de Justicia, Hernán Larraín, intentó pasar la responsabilidad de las violaciones a los derechos humanos a los uniformados, como lo hizo con anterioridad la derecha. Tampoco han funcionado la serie de reuniones que el Presidente convocó en La Moneda a los otros poderes del Estado y a los partidos políticos, porque el movimiento no tiene líderes, y si bien Piñera es por lejos el menos querido, ver en la TV a la clase política no amaina el deseo de cacerolearlo todo. Hay un cierto aroma al famoso GANE, con que Piñera intentó hace ocho años desactivar el movimiento estudiantil.

El país está saturado de los diagnósticos y la pregunta fundamental, como cada día, sigue siendo qué hacer. La Moneda apuesta al desgaste natural del estallido social, olvidando que hace ocho años no lo logró. Los caminos que le quedan no son muchos, y pareciera que las demandas se pueden resumir en cuatro grandes grupos. La primera es un Estado para las personas y no para la propiedad privada. Una segunda es una política distinta, más allá de la cosmética de las reformas del gobierno anterior. Causan la misma irritación las declaraciones de la familia de la expresidenta Bachelet diciendo que no hay nada malo en evadir impuestos, como el viaje de los hijos del Presidente actual a China, defendido a rajatabla por el oficialismo. Como dice un famoso exfiscal, las personas son tontas hasta las 12 y a esa hora no hay toque de queda. Una tercera es la normalización de la situación respecto de los abusos policiales, pero también certezas respecto de muchos barrios de zonas populares, que viven en el miedo, el aislamiento y los problemas de abastecimiento de mercaderías. Y, por último, el propio Presidente con sus torpezas, con su guerra inventada, con sus falsas disculpas genera irritación incluso en personas de derecha.

Una solución pasa por una pérdida de poder. La única salida institucional es el fin del diseño de Apoquindo 3000, con un gabinete de colaboradores estrechos del Presidente que juega de memoria para hacer funcionar sus apreciaciones erróneas. Hasta ahora, Piñera dio señales tímidas y, por tanto, es iluso pensar, parafraseando a la primera dama, que los marcianos tengan deseos de irse.

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