
Hay alumbramientos que trascienden el júbilo del ámbito familiar para tornarse fechas insoslayables en la memoria de los pueblos. Lejos estaban de suponer Francisca de Borja y Jesús María de Céspedes que, al dar a luz a su primogénito, aquel 18 de abril de 1819, a Cuba también le «nacía» el artífice de nuestras gestas independentistas, el Padre de la Patria.
En medio de no pocas rivalidades e incomprensiones, fue el iniciador de la Guerra Grande, Capitán General del Ejército Libertador y primer Presidente de la República en Armas; Padre de todos los cubanos, no solo por el sacrificio de renunciar a la vida de uno de sus retoños antes que traicionar al proceso de emancipación; sino por su entrega sin par a la causa libertaria.
De estatura baja, pero de un carácter inquieto y fuerte «como el volcán, que viene tremendo, e imperfecto, de las entrañas de la tierra», tal cual lo describiera Martí; y amante de la música, los idiomas y las mujeres, Carlos Manuel fue, además, un mortal con sus fallas y pecados, y no por ello su legado es menos decoroso.
De aquel «Hombre de Mármol», dijo Fidel: «No hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo –heterogéneo todavía– que comenzaba a nacer en la historia».
Tomado de Cuba por Siempre