Hace diez años, Ecuador era un país bastante anodino en el escenario internacional, conocido fundamentalmente por la ingobernabilidad. Sus presidentes en la década anterior habían abandonado de forma abrupta el presidencial Palacio de Corondelet en número de tres, la corrupción estaba en el orden del día, y su falta de soberanía era coronada por la base militar que Estados Unidos mantenía en la localidad de Manta.
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